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Valentina en el Balcón

Si los niños tuvieran alas para volar, a Valentina podríamos verla ahora mismo bien alto en el cielo.

Desde hace unos años la pequeña Valentina juega a mirar el mundo desde su balcón, el más grande lugar en la tierra que ella conoce, un lugar lleno de rincones inexplorados y divertidos, desde donde su lápiz mágico la ayuda a dibujar colores por todas partes; en las calles cercanas, aviones brillantes en el azul del cielo, motas blancas de algodón entre las nubes, mariposas gigantes y girasoles de luz en la noche junto a las estrellas.

Junto a su amiga la señora Alicata Hierrante, su inseparable amiga de color rosado que la ayuda a realizar las más imposibles tareas, a pesar de sus patas chuecas y su corazón de metal.

Todas las mañanas después del desayuno, la flaquita Valentina de piel blanca como la porcelana y cabello oscuro. Sale a mirar la gente pasar por la vereda que está abajo en la entrada de su edificio con sus enormes ojos de curiosidad. Desde su balcón donde puede ver el mundo girar a su alrededor y tocar con sus manos el aire que la abraza y le revuelve el pelo al pasar, como en una cariñosa caricia de viento.

La primera vez que lo descubrió fue por casualidad, estaba tirado debajo de una de las macetas en un extremo de la terraza que recorre su departamento de lado a lado. El lápiz de carbón solo dejaba ver su punta de color negro y frente a él una flecha dibujada en el suelo apuntaba en su dirección. Valentina se agachó seria y trató de tomarlo con su mano, pero al tirar de él se dio cuenta que estaba atrapado por el peso de la cerámica y la tierra. Fue a buscar entonces a su Alicata querida y juntas lo tomaron con fuerza para poder liberarlo, después de unos intentos lo consiguieron y se echaron a reír de lo contentas que estaban. El lápiz  estaba bastante viejo, “pero no por viejo voy a dejar de cuidarlo” pensó alegremente Valentina. Después de quitarle un poco el polvo de encima lo observó con seriedad y no estaba tan descuidado como para no dibujar con él. Así que jugando, extendió su brazo y dibujó una mariposa en el aire, y cuál fue su sorpresa cuando la mariposa comenzó a nacer en colores contra el cielo azul, la pequeña Valentina  no lo podía creer cuando su dibujo multicolor se echó a volar y cruzó revoloteando hasta los jardines de los edificios cercanos.

Inmediatamente quiso dibujar más y se le ocurrió que si lo hacía más grande podía dibujar algo en lo que volar cerca de su casa y recorrer el barrio. Hace mucho que no puede estar alejada de su pieza por culpa de una rara enfermedad que la obliga a estar cerca de su madre; mañismo o regalonurición le han dicho que se llama, pero los doctores no se ponen de acuerdo con el nombre de este mal. A Valentina no le importa estar enferma, porque como  siempre le dice su madre: nada puede detener su curiosidad y el poder de la imaginación.

Entonces con la sonrisa más traviesa de toda la vecindad, pensó en dibujar un flamenco gigante y blanco como a ella le gustan, con el plumaje bien moteado para poderse abrigar con él. “y se echa a volar y me lleva muy, muy lejos”… pensó, “mejor que no, un flamenco no”.

Pasó un ratito antes de decidirse, con el lápiz bien tomado en una mano y su señora Alicata en la otra entró en la casa para poderlo pensar con más calma porque el ruido de los pájaros y el pasar de los automóviles en la calle junto con los perros que ladraban en los patios de las casas cercanas la desconcentraban un poco.

Se sentó sobre la alfombra de la sala y llamó a sus consejeras más confiables de la vida, sus gatitas adorables, la felina Pimienta y la gatuna Mostaza quienes entre ronroneos y bostezos estuvieron de acuerdo en que dibujar un gran globo rojo y amarillo sería la mejor idea, siempre y cuando la canasta fuera lo suficientemente amplia como para llevarlas a ellas cuatro; Valentina, Alicata, Pimienta y Mostaza.

No se demoró nada en tener todo listo, el dirigible redondo y colorido llamó la atención de todos quienes pasaban por la calle a esas horas, y se fueron juntando en la calle para mirar a la niña que estaba subiendo al artefacto posado en el balcón del último piso del edificio. Valentina no dejó ningún detalle suelto y después de dibujar un timón fuerte para guiar su paseo, dispuso unas sillas pequeñas dentro de la canasta en donde podrían sentarse cómodamente ella y sus entusiastas invitadas.

“Por favor señoras y señoritas, tomen sus asientos, retraigan sus garritas para que no se vaya a dañar nuestra nave y sujétense los cinturones, porque en un minuto partiremos”_ luego de decir esas palabras borró las amarras y el globo comenzó a elevarse por sobre el techo de su departamento. Desde ahí cruzó hasta la azotea de en frente y luego siguió la línea de la calle para poder saludar a los curiosos que la observaban desde el suelo. Muchos de ellos las saludaban y le hacían gestos para poder subir, pero solo había espacio para ellas cuatro.

“Perdón abuelitos y abuelitas (la gente se veía así desde la altura), cuando vuelva trataré de dar un paseo con ustedes”_ gritó con su voz tierna, pero pocos podían oírla por el ruido de la ciudad. No importaba mucho, lo importante es que el viento suave y cariñoso también disfrutaba del viaje transportando a Valentina y su tropa en una cuna de calidez.

Los niños y sus padres, vecinos, ancianos y las tías de todos los balcones en su cuadra salieron a saludarla y a admirar su hermosísimo globo bicolor, mientras Valentina dibujaba girasoles en los jardines y pequeños flamencos en las piletas de todas las casas a su alrededor.

Y así fue pasando la tarde con la risa de las niñas dentro de la aeronave más pintarrajeada del planeta y la admiración de todos los espectadores de un viaje corto pero hermoso. Valentina podía sentir el viento tibio en su cara mientras las gatas dormían tranquilamente en sus asientos dibujados de algodón.

Pero la pequeña niña miró hacia atrás y pudo ver cómo su madre la espiaba con complicidad desde una de las ventanas, decidió volver para abrasarse a ella pues ya la estaba extrañando mucho, y así lo hiso, girando por completo el timón el globo dio una vuelta completa sobre sí mismo y se encaminó hasta el lugar desde donde partió hace unas horas antes.

Valentina tuvo mucho cuidado al girar y al posarse sobre el balcón para no despertar a sus gatitas y al bajar del globo; “fue un balconisaje perfecto”_ pensó mientras abrazaba a su mamá que la esperaba para darle un gran beso de bienvenida.

 

Y así ocurrió que Valentina vivió su primera gran aventura dibujada en los cielos de la ciudad, sabiendo que más cosas podrían suceder mientras su querida Señora Alicata, la quisiera acompañar.