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Fando y Liz

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Esa fría mañana, al mismo tiempo que podía percibir sobre su cuerpo las ásperas sábanas de hospital, si cerraba bien sus ojos, el tibio calor del sol y la humedad ácida de la fina arena lograban encender en su mente una serie de recuerdos y sensaciones. Si cerraba bien sus ojos, era capaz de percibir el aroma intenso de la sal y las algas en descomposición tan propio de la costa del pacífico.

Hace ya tres largas semanas, sin embargo, que Liz despierta a diario recluida en esta habitación, rodeada por sondas y monitores, tubos, cortinas blancas y una televisión pequeña y muda. La aguja incandescente que la trajo a esta pesadilla sigue clavándose tras su ojo derecho y amenaza nunca abandonarla.

Su adorado Fando en cambio camina por la orilla costera saboreando con sus pies descalzos el agua fría y refrescante de la playa. Fando intenta transmitir esta tranquilidad y el relajo de las burbujas marinas a su amada Liz, hospitalizada hace más de tres semanas, por causa de la serie de tumores que habitan desde hace un tiempo en su cabeza.

No puede evitar, al caminar por esta orilla silenciosa, pensar en la triste internación, en las vacunas y el olor a muerte que se percibe en los pasillos próximos a la sala de cuidados en dónde habita hace ya tres semanas su Liz adorada. Y aunque fue a petición directa de ella, que viajó el día anterior para reencontrarse con el mar, no logra evitar que la pesadumbre de la distancia lo afecte. Los últimos dos años en que se conocieron han sido desde lejos, los más felices de su vida, encontrarla en su camino supuso un sorpresa enorme y cegadora, un cargamento de energía y días maravillosos tumbados sobre el césped recién cortado, solos y observando las nubes. Fando no logra recordar en qué momento supieron ambos de aquella conexión extraña compartida, fue tal vez en su primera semana juntos, cuando al estar Liz, saboreando un cóctel de frutas, tras su tradicional comida familiar de domingo, hizo llegar, de alguna manera hasta su boca el suave sabor de las piñas en almíbar. Desde entonces, el intercambio de sensaciones a la distancia ha sido constante, como ahora, cuando al caminar descalzo por la arena, siente que tras su ojo derecho, esa aguja caliente que apareció junto con los tumores de Liz, comienza a clavársele más y más.

“Lo siento”, repite constante en su mente confusa por culpa de los sedantes y la morfina, “lo siento, amor”, no deja de repetirlo entre sus mareos y penumbras.

Él en cambio sigue su caminata, percibiendo que las drogas van haciendo efecto en Liz, aunque debajo de su efecto, un dolor intenso sigue acunándose, sin poder hacer ya nada para aliviarlo.

Tras unos minutos Liz recibe el brillo intenso del sol sobre sus ojos delicados, y logra identificar el suave anaranjado del sol ocultándose bajo el mar, es Fando que se detuvo y está sentado sobre un roquerío observando directamente el hermoso atardecer. “precioso”, piensa ella transmitiendo su cansancio a kilómetros de ahí, “precioso como tú” responde él en silencio.

Luego de largos minutos en silencio y tras percibir cómo su dolor compartido va desapareciendo lentamente, Fando emprende el triste y largo camino de regreso, sintiendo como la brisa que antes lo abrazaba ahora lo abofetea con ráfagas frías.

De pronto unas oleadas de energía, de libertad y alivio llegan hasta su mente, Fando entonces no logra retener las lágrimas dentro de su cuerpo y piensa “lo siento amor”, sabiendo que esta vez, aunque imponga toda su energía en ello, ya no habrá ninguna respuesta.

One thought on “Fando y Liz

  1. Hasta siempre, hermosa…

    No te olvidaremos jamás y lo sabes…

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