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Imitación

He tenido que aprender a vivir con ciertas sensaciones, con algunos escalofríos que me recorren la espalda, que erizan los pelos que se alojan en mi nuca. A veces de reojo puedo observar que no estoy del todo sólo, luego al voltear rápidamente, tratando de hacer de mi brusco movimiento parte de un ataque sorpresa, ya no percibo nada, toda suspicacia se ha escondido. Así me consumo en una búsqueda inútil, día tras día.

En invierno, cuando la luz del sol se oculta, las sombras que se cobijan en mi casa me perturban, no puedo explicar con certeza a qué se debe, pero basta con mirar hacia la penumbra de los cuartos solitarios para saber y entender que la casa no está vacía, que la soledad que me envuelve no tiene que ver con la falta de compañía. En este instante que pienso y trato de entenderlo, puedo percibir a mi costado una silueta, prefiero no girar mi vista, no quiero que se vaya, de alguna forma su presencia casi invisible es parte constante de mi propia existencia. Invisible hasta ayer…

A eso de las 3 de la mañana, en el frío demoniaco de este invierno, tras haberme servido un vaso con agua y de vuelta a la cama, lo vi. Estaba parado frente al ventanal que conduce al patio, como hipnotizado miraba las estrellas haciendo un movimiento oscilante con su cabeza, de izquierda a derecha, como un bamboleo, mientras que con sus brazos envolvía su propio torso desnudo, siempre de espaldas a mi. No quise importunarlo, ya tendríamos tiempo por la mañana para conversar, si aun permanecía, allí le preguntaría quién era y cómo logró entrar en mi casa y qué hacía parado así, con las manos ensangrentadas observando la luna.

Cuando desperté me dirigí directamente hacia la ventana, el cielo estaba opaco, oscuro, lleno de nubes que amenazaban con una gran cantidad de lluvia. Luego de desperezarme fui hasta el ventanal, decidido a  aclarar mis dudas, pero él ya no estaba, recorrí el departamento y no había rastros de su presencia, ningún objeto fuera de lugar, ni huellas de pisadas, o algún artefacto olvidado, nada. Sería acaso que mi imaginación me estaba engañando… probablemente los largos años de lecturas ocultas estaban haciendo de mi mente una jaula de criaturas extrañas y tal vez, esa jaula comenzaba a abrirse.

Decidí entonces dejar que mi imaginación cobrara vida propia, que fuera para mi lo que tenía que ser y en un arranque de valor sorprendente olvidé los temores que esta presencia podían llegar a encarnar.

La segunda vez que pude verlo fue distinto, mientras caminaba hacia mi trabajo, cabizbajo, somnoliento y apurado lo vi, caminaba por la vereda de en frente, con un apuro mayor que el mío. A cada paso que yo daba él daba dos, y cada vez se alejaba más de mi persecución, pues a esas alturas ya me dedicaba a seguirlo. Tuve que acelerar mi carrera, pues él había logrado dejarme considerablemente atrás, cada tanto giraba en alguna calle o entraba en galerías que ocultaban su paso de mis ojos, con mucha dificultad logré mantener la carrera por algunas cuadras, pero parecía conocer muy bien los caminos que transitaba. Y de pronto se perdió completamente de mi vista. Sin cordura comencé a correr, topándome y chocando con las personas que caminaban en sentido contrario sin conseguir con eso recuperar a mi fugitivo. Y lo perdí.

Con el tiempo decidí olvidar del todo esta experiencia, aunque de cualquier forma, en determinados momentos del día la sensación de no estar sólo me invadía. La piel ya no reaccionaba como antes, pues qué mal podría hacerme un poco de compañía, imaginaria o real, no estaba de ánimos para cuestionar mi lucidez, si es que mi estado era lúcido. Divertido a veces, así me sentía ante esta presencia, pensé incluso en algunos nombres para bautizar a mi acompañante, algunas veces, hablándole al vacío intenté preguntar cuál, de todos los apelativos escogidos era más de su agrado, y en esos instantes de este juego macabro, por el rabillo del ojo me pareció verlo sonreír.

Luego de varios meses ordinarios, acompañado por mi absoluta soledad, las sombras se fundieron con mi habitualidad, al caminar, al trabajar, mi amistosa silueta permaneció siempre a mi lado, y de tanto en tanto lo confirmaba mirando disimuladamente por la periferia de mi vista.

Hasta ayer, fue que los asuntos tomaron un giro diabólico y tenebroso.

Vagando una tarde por la red encontré una noticia corta, sucedida tan lejos de mí, pero que involucraba una conexión evidente, innegable. La noticia aparecía en un diario español y… prefiero transcribir lo que sigue:

“ La noche anterior en casa de los hermanos Guennandi, según el relato de los vecinos, se escucharon gritos desgarradores, aunque estos acontecimientos no parecieron demasiado extraordinarios para la gente de los alrededores debido al constante estado alcohólico de los hermanos, prefiriendo restarle importancia, con mayor razón cuando al cabo de unos minutos, estos gritos cesaron. A la mañana siguiente los vieron salir temprano, con paso presuroso y supusieron que se dirigían rumbo a sus respectivos trabajos, a los que según la investigación en curso, no llegaron. Esto alertó a sus conocidos quienes solicitaron la acción de las autoridades, temiendo lo peor. Al entrar la Guardia Civil, pudo encontrar tirados en el piso del departamento a  ambos hermanos, degollados, casi sentados uno al lado del otro, observando en su gesto de muerte la gran ventana que coronaba la habitación principal del pequeño departamento. Extrañamente no se pudo encontrar sangre ni en ellos ni sobre los muebles o los muros cercanos.

El informe pericial establece la hora del deceso y la sitúa en las primeras horas del atardecer del día anterior, justo cuando la luna comienza a brillar frente al desdichado ventanal de los hermanos Guennandi. Y es aquí es donde el relato de los vecinos se hace increíble y contradice el informe pericial, pues siguen sosteniendo haberlos visto salir la mañana siguiente”…

El Heraldo de Aragón, septiembre 4 de 1998.

Podía acaso estar sucediendo otra vez…

Desde entonces, un maldito temblor helado recorre constantemente mi espalda, desde la base de la nuca y se pierde por mi torso, es miedo tal vez, pero es más la certidumbre del desenlace probable. Poco queda por ver, es poco lo que queda por probar, ya la historia va tejiendo su destino imparable y mesquino. No puedo dejar de ser la persona que soy, no puedo fingir otros gestos ni cambiar mis virtudes, no poseo la habilidad de dibujar una sonrisa en esta cara moribunda. Con mis ojos entrecerrados puedo verme claramente parado en las sombras de mi cuarto, ahí parado observándome.

Quiero que desaparezca… o desaparecer yo…

Esta mañana, a eso de las 3 me levanté como lo hago habitualmente, tomé un vaso de agua, me sentía mareado por el calor sofocante y un profundo dolor de cabeza amenazaba con tumbarme en cualquier momento, y decidí dirigirme de vuelta a la cama para intentar reponerme, al pasar por el pasillo que lleva a la sala principal, en donde está el ventanal que conduce al patio, estaba él, nuevamente observando la luna, después de tantos meses decidió hacerse visible por completo, frente a mi, y aunque en todas las oportunidades que pude verlo fue siempre de espaldas no había ninguna duda, era inconfundible, pues, como lo sospechaba era una copia exacta de mi mismo, y estaba ahí de pie en un extremo de la sala observando el cielo, parado frente a la gran ventana que se iluminaba con la luz proyectada por la inmensa luna de aquella noche. En un segundo percibí que lentamente empezaba a voltearse hacia mi posición, un aguijón se clavó en mi espalda, provocando en mi cuerpo una extraña debilidad, miedo, pavor, yo qué se.

Al verme parado frente a él, pareció sorprenderse, parecía agitado, algo molesto. No creo poder describir la expresión temible que transmitían sus ojos blancos, carentes de toda pigmentación, esos ojos que parecían estar buscando o escudriñando directamente sobre mi alma, detectando mis debilidades y mis miedos.

Después de un prolongado silencio, de un largo tiempo en que no lograba articular palabra, y en el que él (o yo, no lo se) seguía observando la luna, con la cabeza empinada y los ojos enormes y blancos brillantes, absorbiendo cada rayo de luz que lograba traspasar la gran ventana cubierta por unas pesadas cortinas, pareció articular palabra, pero no.

El momento me estada clavando cada segundo más profundo en el piso, estaba anclando mis movimientos de manera que cada vez podía ser particularmente imposible lograr gestar cualquier tipo de movimiento, una huida sin duda era poco probable después de haber intentado muchas veces ya echarme a correr. Seguía paralizado.

Han de haber transcurrido al menos 45 minutos cuando una vez más, esa abrumadora presencia volteó hacia mi con sus ojos muertos, se aclaró la garganta y me dijo: “Ya lo sabes entonces, hoy debo matarte”,

No pude más que asentir con mi cabeza, al tiempo que mi propia mano clavaba una daga ensangrentada en la tenue piel de mi cuello…


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Tristitia

(Suavemente)

_ Hola.

_ Hoooola.

_ Quién eres tú…

_ Hola…

_ ¿…?

 

Bastó ese pequeño susurro para despertarle. Con algo de molestia el viejo Drente se incorporó en su cama. Quién podría hablarle a esa avanzada hora en medio de la noche, quién podría acercarse a su oído en su casa vacía.

 

(Otra vez en susurro)

_ Hola.

_ Quién eres tú.

_ Quién soy ahora…

 

5 años han pasado desde la muerte de su esposa en ese accidente, y cada mañana se despierta con la pesada sensación de soledad que lo acompaña constantemente. 5 años ya, y está cada día más convencido que pudo haber esquivado ese maldito camión que apareció de la nada.

A veces en la oscuridad de su cuarto, a la mitad de la noche, piensa que fue un gran error no tener hijos, no dejar tras de si algún testimonio, pero la vieja no los quiso, fue decisión de ella. Nadia le prometió jamás abandonarlo, estar a su lado en los días viejos, en las semanas de enfermo, pero ya han pasado 5 años.

 

(Susurro)

_ ¿Sólo?, oh no, tú no estás sólo…

_ Estoy a tu lado ahora…

 

Es difícil en este momento para el viejo entender la naturaleza de semejante voz, a veces intenta creer que es la voz de su adorada Nadia, su vieja adorada, su mujer por tantos maravillosos años, desde la época del bachillerato cuando su mundo se estrelló con el suyo y no pudo nunca más abrir siquiera los ojos sin desear encontrar su sonrisa tierna.

… si tan solo pudiera haber reaccionado…

 

(En voz alta)

_ Sabes, a veces te siento recostada a mi lado, y aunque sé que estoy sólo en nuestra cama, puedo sentir todavía tu tibieza en mi costado.

_ ¿acaso estoy loco?

_ Siento inevitable que mi mente falla, no puedo estar seguro, espero que lo entiendas…

 

(Y ríe sollozando)

_ ¿estoy loco Nadia?

_ ¿acaso estoy loco?…

 

 

 

Nunca Drente en sus casi 70 años de vida se sintió tan a la deriva.

Su mente siempre clara, su personalidad firme, casi fría, su orgullo salvaje. No era habitual sentirse desterrado de su propia persona.

 

(Susurro)

_ No estás sólo…

_ Nunca más…

 

Ahora, otra vez a la mitad de la noche, sin poder ya más dormir, una y otra y otra vez esas voces que lo atormentan.

¿Cómo, cómo puede ser ella? ¿Por qué ahora?

Sus pensamientos como una tormenta de emociones se le abalanzan, su cabeza casi estalla, sus oídos abombados y dolorosos. Todo a su alrededor gira transformando los paisajes, los recuerdos y las visiones en una postal de su propia locura.

Las sombras, los sueños y sus miedos se materializan en una suave melodía susurrada, como un pequeño reflejo de luz que lo enceguece más y más.

 

(Susurro)

_ Nunca más…

_ Sólo…

 

Tantas charlas, seminarios, sus discursos basados en la firme certeza que no hay nada de nosotros que sea eterno; ni el alma, ni la vida, ni los principios, ni la moral o la pena… nada.

Tantas veces se ha despertado llorando como un crío, empapado de sudor y orines como un pobre viejo abandonado, con la vergüenza de si mismo y la seguridad de estarse consumiendo como una débil flama.

 

(En voz alta a media noche)

 

_ Si tan solo pudieras verme ahora Nadia, si tan solo pudieras oler esta peste que me consume.

_ No quiero llorar más… me mentiste…

_ 5 años Nadia, 5 años ya… me mentiste…

A veces la cordura se va desgastando en un proceso sordomudo y sorpresivo.

 

(Susurrando)

_ ¿sólo? Tú no estás sólo…

 

Las largas y frías noches se oscurecen más y más al abrigo de su locura. Todos los ruidos, las voces y sus colores transitan por su mente como un carnaval de fenómenos delirantes. Esta nueva nausea que lo acompaña y le recuerda el trayecto constante de los años, se hace cada vez más intensa.

 

Para Drente, el viejo Drente, este paso lo transforma lentamente. Sus ojos ya no observan, simplemente permanecen allí, cegados por la fantasmal niebla de su demencia, y por la oscura procedencia de esas voces que amenazan insistentemente en nunca más dejarlo sólo…