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Esa Mujer

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Las cosas en casa siempre habían sido tranquilas. La relación de Papá y Mamá era muy agradable, había confianza, respeto y cariño. Recuerdo que todos nos juntábamos a la mesa por las noches a la hora de la cena, era un momento sagrado, las rizas y las anécdotas del día encontraban su instante después de todo un día de trabajos y frío.

Tenía unos 14 años cuando nos mudamos desde Santiago al sur. Toda la familia tuvo que hacerlo por culpa del trabajo del viejo, Suboficial de Carabineros destinado al retén Lago Castro en Coyhaique, una de las delegaciones más australes y aisladas del país. Eso además de ser un lugar maravillosamente bello, lleno de hielos, cascadas en escarcha como el fantástico “Manto de la Novia”, ríos y lagos congelados durante gran parte del año, lo que nos obligaba a soportar temperaturas entre 30 y 40 grados bajo cero en algunas oportunidades. Eso transformaba el hogar en una especie de oasis de calor y armonía.

 

Eso duró poco tiempo…

 

La segunda prefectura zonal nos asignó como familia una casona cercana a la frontera, lo que naturalmente nos mantenía totalmente aislados de la ciudad y los pueblecitos cercanos, sumidos en una oscuridad total pasadas las 5 de la tarde. Los pequeños chonchones a parafina repartidos por la casa nos proporcionaban algo de luz para así poder resistir hasta el siguiente día. Una gran chimenea de piedra coronaba el final del pasillo central de la gran casa, esta era la encargada de mantenernos con algo de calor durante el día.

 

La noche, la noche era otro cuento…

 

No recuerdo con exactitud cuándo comenzamos a escuchar pasos o a oír voces, lo que recuerdo es que había pasado poco tiempo desde la mudanza. Cada atardecer nos encerrábamos en nuestros cuartos, mis hermanas a terminar algunas labores de escuela, y yo aprovechaba de leer mis novelas favoritas. Cierta noche en que terminaba mi lectura y me disponía ya a pegar los ojos una voz suave, de aliento frío susurró en mi oído y dijo: “hola”. Me incorporé sobresaltado, sin poder entender qué pasó. Con asombro, rápidamente mi corazón pareció querer escapar de mi pecho, pero con algo de esfuerzo logré contener el miedo y la sorpresa. Aguzando mi visión lo mejor que pude en la negrura de mi cuarto y luego de unos segundos de desconcierto, allí en un rincón que por difícil que fuera parecía más y más oscuro pude percibir una sombra, más negra y helada que el resto de mi habitación. Los interminables segundos que pasaron hasta que logré encender de nuevo mi lámpara fueron eternos. Y al iluminarse mi pequeño cuarto con su débil luz, noté que en ese rincón, en donde esa sombra inerte hace unos segundos me miraba fijo, en ese rincón ya no había nada.

No quise darle mayor importancia, era lógico para mi pensar que fue solo parte de mi imaginación y de las historias que cuentan los compañeros de trabajo, que en este corto tiempo ya habían sido muchas. Pasaron unos minutos en total silencio y todos en la casa pudimos sentir unos pasos fuertes y cortos por el pasillo, el típico sonido de unos tacones, recorriéndolo desde la puerta de entrada hasta el final, en donde está la habitación de los viejos, en donde pareció desaparecer.

No podía hacer otra cosa y me levanté para observar qué causaba ese sonido, al abrir la puerta de mi cuarto, asomadas en el marco de su propia puerta estaban mis hermanas que también querían saber qué pasaba, de inmediato se abrió la puerta de mis padres y salió el viejo portando su escopeta. Recorrimos juntos la casa de arriba abajo buscando al portador de esos pasos y nada, la puerta de entrada permanecía cerrada y con llave, tal como todas las noches. No había rastro de nada extraño. 

Después de algunos meses este incidente terminé por olvidarlo, aunque eso no iba a permanecer así por mucho tiempo más, inevitablemente fue solo un aviso de lo que vendría…

 

De un día a otro la relación de los viejos comenzó a deteriorarse, las peleas, las discusiones y los insultos entre ellos pasaron de ser inexistentes a comunes. El viejo salía al retén temprano por la mañana y volvía cuando ya estábamos todos en cama y durmiendo, ese instante era insoportable, los gritos e insultos de los viejos lograban despertarnos con sobresalto, la maravillosa tranquilidad que disfrutábamos unos meses antes, ahora se convertía en un calvario. Al poco tiempo el viejo cambió mayormente, primero acondicionó un pequeño cuartucho que usábamos para guardar algunas cajas y comenzó a dormir allí. Pasadas unas semanas simplemente no volvió a casa, nunca más. Al menos no mi viejo, no el que yo conocía.

 

La primera en verlo con aquella mujer fue una de mis hermanas, la menor. Ella llegó de la escuela llorando, había visto a mi padre paseando por el centro del pueblo con una vieja… Ella le decía vieja, la verdad es que es una mujer de unos 40, alta y delgada, rubia, con aspecto de lo más desagradable.

La primera vez que pude verla fue sobre el techo de nuestra casa, en el vértice que une los dos lados. Estaba de pie ahí mirando hacia la costa, con un vestido desgarrado y negro que dejaba ver en parte sus muslos flacos y blancos como los de un cadáver. Volvía desde el aserradero en el que trabajo, estaba agotado y al entrar por el camino lodoso que conduce a nuestra casa, la ví a ella que estaba parada sobre nuestra casa. No tarde nada en echarme a correr y entrar a toda velocidad en la casona, esperaba encontrar rápido la escopeta del viejo y salir a despejar nuestras cabezas de esa visión terrible. Pero al entrar en el cuarto de los viejos lo que encontré fue distinto, mi viejo había vuelto a casa, pero se encontraba postrado en su cama, sin poder moverse, deliraba por la fiebre y desprendía de su cuerpo un olor cadavérico. Mi madre y mis hermanas estaban también allí, tratando de ayudarlo, según me dijeron ellas, el doctor del retén ya había visitado la casa y recomendó su traslado a la capital, pues no podía descubrir la naturaleza del mal que lo aquejaba.

Eso hicimos todos, procurando escapar de este pueblo y de esta mujer se empeñaba en atormentar a nuestra familia.

 

En los meses siguientes en que toda la familia volvió a Santiago, el viejo se recuperó totalmente, no recordaba según decía a ninguna mujer rubia, ni recordaba siquiera las peleas o haberse ido de la casa, solo recordaba el frío tremendo del Retén Lago Castro. Con el tiempo todos logramos olvidar lo pasado, dejándolo archivado en nuestros corazones como un episodio extraño y terrible que por suerte pudimos superar.

Por mi parte puedo decir que cada cierto tiempo recuerdo aquellos días con temor, sobretodo ahora, en este instante en que esa mujer está de pié sobre la cornisa de un edificio cercano, aquí en la capital, justo frente a mi ventana y me mira fijamente.  

3 thoughts on “Esa Mujer

  1. Ahora recién vine a digerir el texto, aunque ya lo había leido… y uffff…. fue escalofrío seguro! Me gustan mucho tus textos de misterio, veo algo de Simmons por ahí 😛

    Me acordé de Succubus, aunque creo que nada que ver con esto, cierto?

  2. Cierto, me decidí a escribirlo porque gran parte del relato es real, al menos real para la persona que me lo contó y que asegura haberlo vivido.

  3. Uuuuhhhhh… fuerte.

    Oie, tengo una duda con Scary Monsters… el disco. Si te veo por ahí te cuento.

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