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Sniper

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No es cierto lo que se dice, no está ni cerca de ser real, no es verdad que los dolores del alma son peores que los del cuerpo.

He visto hombres del doble de mi fuerza llorar a gritos en el campo de batalla, mientras agonizan con sus miembros cercenados, ahogados en ríos de su propia sangre, brotando por todas partes como manantiales, perdidos entre fuertes mareas de dolor cuando balas del tamaño de bujías atraviesan sus carnes, destrozándolos como a fruta podrida.

Los hilos del destino y nosotros marionetas mudas. Las encrucijadas, los momentos heroicos y las más grandes historias jamás contadas. Todo estalla en las guerras como fruta podrida.

Debo confesar que ya no quiero seguir luchando, estoy cansado de cargar mi Dagunov, cansado de dormir, cagar y follar con este fusil colgado al hombro e ir a la vanguardia de pequeñas compañías dirigidas por niños.

De pronto lo veo…

Calculo que está a unos 300 metros, entre los arbustos situados a los pies de una pequeña colina coronada por un sendero en el que transitan mis tropas. Está recostado hacia su derecha, con el máuser preparado, en estado de acecho. El muy bastardo eligió un inmejorable lugar para la emboscada. A través de la mirilla puedo ver como espera pacientemente.

Recuesto mi fusil sobre la tierra, y me tiendo detrás mientras lo acaricio. Mido la distancia, calculo el viento y su inclinación, ajusto la mira en una ecuación compleja, inexplicable e instantánea. No demoro un cuarto de segundo en jalar del gatillo.

No logro contar tres palpitaciones antes de ver la cabeza del Sniper enemigo explotar bajo su inútil casco, sin siquiera darse cuenta desde dónde salió la espada que ejecutó su juicio.

Veo su cuerpo rodar y detenerse, el fusil muerto, un charco rojo nutriendo la tierra. Un magnifico trabajo.

De pronto una sensación como el enamoramiento cosquillea en mi estómago. De pronto ya no me siento tan cansado.

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