Y en el principio Dios creó los cielos y la Tierra… desde entonces duerme una siesta que se ha extendido por milenios, agotado de tan grandioso trabajo.
El ser humano en tanto, creado y depositado entre las espinas de este planeta casi desierto, permanece sólo y a su suerte.
Es así que durante miles de años, la creación perfecta de Dios , en ausencia de éste, ha logrado escalar en los umbrales de la evolución, logrando una etapa sumamente compleja de proliferación y avance tecnológico, a la vez que ha alcanzado en su cenit, el apogeo de su degradación espiritual y moral.
Cuando el dios primitivo de la evolución despertó a la vida en un lugar indeterminado del tiempo y el espacio, creando así su propia conciencia, el universo se encontraba en un caos completo, en donde atrocidades energéticas, desperdigadas a todo lo largo y ancho de un espacio infinito amenazaban con evitar y destruir toda formación de vida en cualquier punto de la galaxia. Esto fue rápidamente remediado por esa conciencia cósmica; ordenando principios, sistemas, cursos, órbitas y distancias de manera que cada uno de los ingredientes, aminoácidos y moléculas necesarias fueron dispuestas juntas y en las cantidades correctas y en el instante apropiado. No podía quedar este asunto relegado a la pura casualidad.
Desde allí vio crecer, sufrir y evolucionar un submundo planetoide, pequeño, frágil y abundante en agua. Pero también, además de su incalculable fragilidad, vio su inmenso potencial y decidió cuidar de él.
Allí nace la guerra entre el dios evolutivo y el Dios celestial, creador del universo y las profundas leyes que lo controlan, el que abandonó hace milenios.
Fue así como la primera bacteria, la llamaremos Adán, nuestro antepasado general cobró lentamente algo parecido a la vida, nadando y defecando en su sopa primitiva, hasta convertirse, después de un largo camino lleno de eslabones, no siempre continuos, en un organismo vivo. Propietario de carácter e instinto, pero no de inteligencia…
Para la desgracia de un naciente planeta azul y verde, lleno de aire y vida vegetal presente de las más grandiosas e inimaginables maneras, unos cientos de años después eso cambió lenta e irreversiblemente.
Entonces, no tardó mucho el ser humano en adquirir la capacidad de fabricar sus primeras herramientas, ni tardó demasiado en dominar su uso y perfeccionarlas. El salto desde el cuchillo de piedra hasta el transbordador espacial fue solo cuestión de tiempo.
Para ambos dioses, un corto espacio de tiempo.
Los distintos aspectos de la evolución humana, la diversificación y especialización de cada una de las razas ha logrado crear de manera casi casual muchos seres de inteligencia y espiritualidad superiores, genios en cada uno de sus campos evolutivos.
Adelantados en el uso de sus propias herramientas particulares.
Entes avanzados a su propia generación que han sobresalido del común parasitario como un semáforo se distingue en el blanco del hielo ártico.
Artistas y filósofos, científicos y militares dominan la escena de nuestra especie a través del cosmos, durante sucesivas generaciones e indefinidamente.
Desde Nabucodonosor a Ramsés, Aristóteles a Jesús de Nazareth; Da Vinci, Galileo, Darwin, Einstein, Tesla o McCartney, todos ellos ejemplares únicos y brillantes como estrellas, guiando y apuntando el curso de la evolución en un solo sentido… la perfección.
La carrera espacial nos abrió los ojos ante la vastedad del cielo, y logramos avizorar una infinidad de posibilidades de explotación energética.
Y como especie, nos ayudó a observar las nuevas fronteras descubiertas, como alternativa probable a nuevas formas de vida inteligente, y también por añadidura, nuevos hogares en potencia.
Los primeros días de la experimentación genética prometieron mejoramientos sustanciales relacionados con la erradicación de enfermedades congénitas y errores universales para los distintos tipos de genomas comunes, de esta forma la velocidad del progreso hacia la expansión galáctica se aceleró de manera radical.
Sumados estos dos factores, la adaptación a la vida fuera de la atmósfera terrestre fue un paso revolucionario e increíble, pero inevitable.
Aún hoy recorremos vastas extensiones ínter temporales, solo para encontrarnos con nuevas ramas de la adaptación humana, en un cosmos plagado de diversidad, gracias a la nano evolución, las nuevas células resistentes al vacío, y cuerpos mejorados independientes al O2.
Nebulosa Carina, a 7,500 años luz de la Tierra, es nuestro próximo objetivo.
Nos preparamos… bueno, la verdad es que los 5 miembros de la tripulación son los que se preparan.
Primero para la traslación cuántica, y después para los procesos de aceleración y desaceleración propios de este tipo de viajes. Pronto entrarán en los cubículos de hibernación, acondicionados para una larga fuga criogénica. Uno de los cruceros espaciales más avanzados está destinado en este trabajo, equipado con todas las comodidades y para transportar a los astronautas, los nuevos héroes de nuestra especie.
132 años terrestres pasarán antes que lleguen a su destino con la misión de abastecerse de los gases y de las abundantes explosiones de energía, rayos gamma y protones en ebullición existentes en la nebulosa. Luego pasarán otros 137 años (132 de viaje y 5 de abastecimiento) hasta que estén de vuelta en la Tierra, cargados con nuevos recursos y fuentes de energía limpia, sacrificando así sus vidas con la intención de salvar el planeta de una muerte lenta y contaminada.
Me pregunto si eso vale la pena, todas las especies, todas las culturas llegan a su fin, es parte de la propia ley de evolución.
Por cierto “nosotros”, un grupo multicultural de técnicos y científicos, en la sala de comando, estamos expectantes y tristes, pues nunca veremos los resultados finales de tanto trabajo conjunto.
El viaje es muy largo, la mayor parte de “nosotros” habrá muerto cuando éste concluya y los cinco héroes estén de vuelta. Aunque podríamos hacerlo en menor cantidad de años, tal vez unas pocas semanas, si curváramos el espacio-tiempo para llegar a destino… Continue reading