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Apócrifo

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(Mt 27:50-51.) “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron.”

Y ejecutó su escarmiento…

1Al terminar sus largas horas de sueño en esa mañana áspera, abrió sus adoloridos ojos desconcertado, la delicada luz que impregnaba el sepulcro transportaba hacia él una acogedora tibieza, una profunda suavidad, el aroma de las tinieblas y del infierno, el cantar de los pajarillos y la certeza de su propio sabor sanguinolento en los labios. Una vez pasados los 3 días rituales, el enorme dolor de la interminable tortura y el espantoso malestar de la resurrección, y mientras las gotas de sudor ocre plasmaban su santa silueta en los pliegues de una gastada sábana de lino, el nuevo cristo renacido, asesinado y sangrante decidió retomar sus tareas inconclusas, a saber: el bautismo, el evangelio y la venganza.

2A eso del medio día Poncio Pilato, procurador general de la región de Judea, regresó a palacio luego de inspeccionar las arcas de la provincia. Como todos los días en el incipiente desierto, el viento seco y salado destrozaba sus labios. Nada que una refrescante ración del mejor vino no pudiera reparar, pensó.

3Como cada día desde su ascensión al poder y los abusos, Pilato se dirigió tranquilamente hacia sus aposentos privados. En el centro, al cruzar la cortina tenuemente iluminada por una de las ventanas del segundo nivel, a unos pasos de la escalerilla de piedra que conduce a la cámara superior del dormitorio real, sobre la mesa tallada, llena y servida, adornada por una fuente dorada rebosante de frutos rojos y carnes curtidas, el procurador se despojó de su vestido oficial antes de servirse un trago de la fría botella de plata. No terminó de llenar la copa cuando sintió el gélido hierro penetrando en su costado, desde la espalda, pasando a través de órganos que fueron rajados limpiamente en un solo movimiento suave pero firme.

_ Qué demonios_ logró jadear al sentir como se doblaban sus piernas sin fuerza.

4No pudo estar seguro hasta caer al piso empedrado y polvoriento. La corona, las espinas, los músculos lacerados del hombre semidesnudo que se encontraba de pié frente a él, la sangre encastrada en el rostro y el torso pálido y sucio, los ojos penetrantes y oscuros. La sonrisa, esa terrible sonrisa satisfecha, el porte desafiante, los puños apretados de furia, la daga oxidada y sangrienta tirada a su lado, el sueño tibio que parecía consumirlo mientras las venas y su cuerpo se vaciaban.

5Nunca pudo haberlo imaginado, cómo pudo haberlo imaginado…

6Aproximadamente a esa misma hora, Caifás, el sumo sacerdote encargado del templo en Jerusalén leía las sagradas escrituras, las profecías, los edictos y las cartas seglares que imponían su poder al pueblo. Registraba los rollos sagrados buscando designios de su persona. No los encontró, su nombramiento era por y para la conveniencia Romana, no estaba su dios tras esa investidura. De todas maneras nadie dudaba de su influencia en la comunidad judía, ni en su posición dentro del sanedrín, ni en sus relaciones con las demás autoridades de Judea, Galilea y Roma.

7Sentado en su sillón, recordando los momentos de hace unos días, en que condenaron al estúpido predicador, el blasfemo que afirmaba ser “el hijo de dios”, el enemigo de Sanedrín, el que los denunció como la manada corrupta que eran, el que se sentaba a la mesa con prostitutas y recaudadores de impuestos, con leprosos y adúlteros. No intentó evitar reírse en silencio.

8No más milagros, ni señales, ni palabras, ni discursos, ni enseñanzas para las muchedumbres explotadas, ignorantes, tan receptivas a mensajes revolucionarios, totalmente manipulables. Pobres diablos.

_ Yahvé, Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?…

9Las palabras parecieron llegar como un susurro ronco desde algún rincón en ese mismo lugar. Ya las había oído antes, tres días antes: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?...”

10De pronto el miedo, un terror frío y desgarrante se apoderó de su alma. Justo al alzar la vista lo vio, parado a unos cinco metros frente a él, a contraluz, junto a una de las columnas de la sala que conducía al santísimo. El mismo hombre que articuló antes y en agonía esas palabras, el mismo que debiera estar muerto y sepultado, ese mismo hombre que fue torturado y crucificado estaba observándolo en silencio, con una sonrisa clavada en un rostro sucio y tétrico.

11El acelerado corazón pareció salirse de su pecho. Y se salió.

12En una fracción de segundo el hombre, la aparición, el estúpido profeta, el ejecutor, ya no estaba escondido en las sombras de la recamara, estaba a 2 centímetros de su cara, con una mano rígida incrustada en su pecho, con el puño cerrado sobre su aun palpitante corazón, mientras se lo arrancaba del cuerpo, mientras chorros de sangre roja y caliente se desparramaban en el suelo, en sus ropas sacerdotales, en sus pies, y sobre el hombre sonriente.

13Muy apropiado.

14Caifás, el sumo sacerdote, se desangró como un ordinario y pobre sacrificio animal. Sin gritar, sin sentirlo. Y luego de arrastrarse implorando perdón, cayó sobre un costado en su trono, en el salón de las ofrendas expiatorias del templo en Jerusalén y no se volvió a levantar jamás.

La aguda alarma sacudió la cabeza del joven cadete al terminar la tesis de Cyber-combate cohonestado, y la Inteligencia Artificial ADN de la supercomputadora de simulación táctica-combate3 se apoderó de todas sus funciones neuronales y sinápticas como una marea que envuelve y arrastra un pequeño naufragio. Procesando y descomponiendo miles de millones de datos extraídos directamente desde el córtex cerebral, codificando los factores del ejercicio, simulando actos, midiendo respuestas y corrigiendo errores de diseño en los programas ejecutivos al instante.

Habían pasado 3 días desde su conexión al núcleo del mega procesador en el ejercicio final para su graduación como soldado en las tropas Elite del nuevo ejército planetario Fuerza Suprema (FS).

Levantarse desde su nicho vincular con la estación de comando y peritaje era una verdadera resurrección, los cables umbilicales insertados en la base de la nuca, unidos al córtex vía pequeños filamentos Nervi-ópticos, provocaban verdaderas oleadas de nauseas al desprenderse desde su base. Sus ojos en desuso parecían estallar con el aumento de presión al abrirse nuevamente y recibir otra vez la radiación UV que desprendían los faroles de la pequeña sala. Las piernas sin fuerza, los músculos atrofiados y entumecidos por la falta de movimiento.

Quién lo diría, Después de pasar 3 días completos en tiempo efectivo, 3 meses de realidad simulada, donde el tiempo corría como neutrinos a través de papel, los efectos colaterales se mostraban potentes.

Todavía podía sentir el corazón palpitante luchando bajo la fuerza de su puño, todavía sentía el calor seco y el polvo penetrando sus pulmones y oler la sangre viscosa desparramándose bajo sus pies.

Cristo_ pensó para sí, mas como una plegaria que como blasfemia.

Las largas horas pasadas, se hacían sentir en su cuerpo cansado, los ojos se cerraban en un sueño pesado, en un esfuerzo por recuperar algo de la energía invertida por su cerebro de guerrero. Las evaluaciones llegarían durante los siguientes días, los resultados y ascensiones, los galones y promociones, todo por una correcta y rutinaria misión de venganza implantada en una antigua personalidad recreada por computadora e insertada en su mente. Todo estaba en la mente.

O eso pensaba.

Al mirar sus manos ensangrentadas, su frente maltrecha, su espalda hecha jirones de músculo y carne destrozada, una herida profunda y dolorosa, aun sangrante en uno de sus costados. No pudo dejar de pensar en otra cosa.

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