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Enamorado de una Madura (relato sadomaso)

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Y ahí estaba otra vez, atado a los barantes de una cama ajena y siendo cabalgado por una hermosa mujer, morena, voluptuosa, una amazona, que vez tras vez subía y bajaba sobre mi cuerpo, y que conseguía vaciar de líquidos todos mis poros, esto se está convirtiendo en una deliciosa costumbre.

La prolongada estimulación y la noche de caricias estaban por colapsar mis fuerzas, haciéndome dudar de la calidad de mis servicios y la intensidad de mis movimientos.

Y claro, eso sucede cuando te involucras con mujeres mayores pienso, y bastante mayor es mi mujer, aunque ya desearían algunas jóvenes la energía que emanan estas hembras, que tienen lívido suficiente para derrumbarte en oleadas de placer y juegos sensuales. Y es el caso, ahora después de 14 horas, aquí estamos y tengo ganas de dormir, soñar, por lo menos dormitar, pero ella no.

Recuerdo en este momento, entre imágenes dispersas, el encuentro de la noche anterior, el instante en que pude haber huido y permanecí a su lado, medio clandestino, medio en secreto, aunque a nosotros la naturaleza del encuentro nos excitaba aún más y acrecentaban en ambos las ideas para la velada completa.

La ocurrencia salvaje de las esposas fue suya, lo reconozco, lo mío son los números no las fantasías, aunque no me desagradaba lo que se me estaba ofreciendo. Al llegar al Motel una extraña sensación de nerviosismo me amenazaba, no en vano era mi primera vez en este tipo de recintos, no en vano pensaba debutar con todas las de la ley.

De la puerta de la habitación a estar luchando sobre la cama fue cosa de nano segundos,

en fracciones mínimas de tiempo ya estábamos desnudos los dos, nuestras manos no sabían de fronteras o prohibiciones, su lengua tampoco, cada rincón de mi cuerpo fue invadido, saboreado, testado, catado, sazonado luego con caricias y sus propios aceites corporales fundiéndose cual aderezo en nuestra piel. El preámbulo era eterno, sinuoso, obsceno a ratos, y marejadas de éxtasis me invadían pensando en que esto estaba solo empezando.

Al extender mis brazos por sobre mi cabeza y recibir el golpe de las esposas, me vi entregado, no hubo desde ahí marcha atrás, ni quién quisiera marcharse.

Yo pensaba para entonces que lo de las velas tenía la intención de darle un toque romántico a la escena, pero no era solo eso, poco a poco la cera caliente comenzaba a caer sobre mi pecho y dispersada por sus dedos finos, provocando un alud de sensaciones, dolor y placer, humillación y gloria, triunfo y derrota,

Exacto, cuando sacó de su bolsa un látigo me pensé muerto o al menos condenado, y no estaba tan lejos mi pensamiento, sobre mi persona ella de pie, extendiendo por completo el mortal aparato, con esa mirada propia del más letal de los depredadores, y con la determinación clara, inició rápidamente la tortura, golpe tras golpe ardían mis partes, todas ellas, cada una, sin excepciones, sin misericordias, sin consecuencias, su risa entre gemidos se oía tétrica, sus sucias palabras, palabras y más amenazas, insultos que casi no recuerdo, agresiones que lograban si se puede encenderme y convertirme en un mero vehículo del placer, una excusa para la orgía que se tenía mi amante entre manos.

Han pasado las horas y sigo en el frenético carrusel de los orgasmos mutuos, su balanceo persiste sin importar el agotamiento, su voz ha cambiado a ser acogedora, esa voz que me enseñó tantos nuevos insultos la noche pasada, esa voz que gime dulcemente es ahora un arrullo, una invitación al descanso, el nirvana, el cielo prometido. Y aquí estoy, sigo atado, cansado a desfallecer, sangrante, aplastado de placer y humillado, se le puede pedir algo más a la vida?

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